Monday, January 09, 2006

Si cada uno es lo que quiere ser, pues que nos dejen serlo

En un sesudo artículo de José María Ruiz Soroa, titulado “Desnacionalizar el Estado” y publicado en El País (4/I/2006) explica muy bien cómo y por qué el poder público ha de circunscribir su actividad a lo público y dejar que el tema de los sentimientos personales quede ceñido al ámbito individual. La Nación Europa, a la que estamos abocados, ha hacer caso omiso de las peculiaridades nacionales de los pueblos que las componen y los que componen a éstos, pues es del todo imposible atender, desde el estamento público, a todas las emociones de reivindicación nacional de sus ciudadanos mas que de una forma genérica y ya contenida en la Declaración de los Derechos Humanos.

En efecto, dado el elevado número de circunscripciones nacionales internas a los propios estados europeos, las segundas derivadas, a saber: catalanes, vascos, gallegos, navarros, ingleses, escoceses, galos, bretones, corsos, bávaros, piamonteses, etc., etc., etc., es lo que hace imposible que las leyes recojan prolijamente cómo debe afectar a los administrados de un estado todo lo concerniente a su nacionalismo, pues resulta imposible operativamente, tanto distingo y, además, cada uno tiene el derecho a vivirlo y sentirlo como quiera, atendido un estado supranacional. Pues, entre otras cosas, en cada territorio no hay solamente individuos de una nacionalidad, la oficial local, sino que por mor de la globalización, en cada nación hay individuos pertenecientes a otras y si es de bien nacidos respetar los usos nacionales de la tierra de adopción, lo es también el de no obligar a los sobrevenidos a pasar por las horcas caudinas de la liturgia vernácula nacionalista que a nada conduce. Máxime cuando esta imposición venga de un partido tan minoritario en el caso catalán, cual es el que da soporte a otro mayor -pero no el mayor- con el fin de conseguir una mayoría simple. Tan simple que resulta desabrida, falta de sazón y de sabor, como el tripartito catalán.

Por otra parte y ligado estrechamente a lo anterior, los derechos históricos nos devuelven a una medievalización de la sociedad. Aquella que había de someterse a los principios emanados de la Autoridad -entonces el rey-, en lugar de ser la Autoridad quien se ponga al servicio de los ciudadanos y los deje vivir su nacionalismo en libertad. Sin estimular, pongamos por caso, algo tan repugnante como es la denuncia anónima a través de las Oficinas de Garantías Lingüísticas, auténticas comisarías políticas -en el peor sentido- de la Secretaría de Política Lingüística, para que los ciudadanos denuncien a sus vecinos que no rotulan en catalán sus establecimientos comerciales, productos, cartas de bares y restaurantes, etc. Eso sí, tienen plena libertad para rotular en cualquier idioma, siempre que lo esté en catalán. Si no, denuncia popular y sanción.

¿Por qué no se nos deja ser a cada uno lo que uno quiere ser, como han hecho tantos otros? Anasagasti nación en Venezuela y es más vasco que nadie. Por no hablar de Carod-Rovira, de origen aragonés que para integrarse en Catalunya se cambió el apellido y estudió filología catalana, como el que tomaba el carajillo de Aromas de Montserrat para una mayor integración. O Manuela de Madre que vino de Huelva y ahora defiende el Estatut en nombre de buen número de catalanes y muchos ciudadanos de Catalunya. O el propio Pepe Montilla que nació en Iznajar, provincia de Córdoba, con menos de 5.000 habitantes y hoy es un catalán de pura cepa. Los charnegos se han hecho con el mando. ¿No es eso una magnífica muestra de integración y un ejemplo de la mejor acogida que pueda darse a un inmigrante?

Pues si ellos inventaron su historia que les ha llevado a donde están, por qué han de obligarnos ahora a vivir nuestro nacionalismo ancestral como ellos han inventado el suyo de adopción. Por qué obligar a todo ciudadano de Catalunya a hablar catalán si a ellos no se les exigió cuando llegaron y más del 60 % de los ciudadanos de Catalunya son castellano parlantes. Por qué hemos de denunciar a los subsaharianos afincados en Catalunya que no rotulen en catalán sus comercios. Qué nos parecería de emigrar a Paraguay y que nos obligasen a hablar allí en guaraní. O domiciliarnos en Rennes y nos hiciesen hablar bretón. O afincarnos en Edimburgo y nos exigiesen hablar gaélico. ¿No es bastante hablar español, francés o inglés?

Al fin y al cabo, el idioma es una peculiaridad más de todas las particularidades de un territorio, pero no la única y en el territorio priman sus habitantes quienes imprimen el carácter al propio territorio y no al revés. ¿Dónde ha quedado el liberalismo del que algunos dicen estar impregnados?

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