Monday, April 09, 2007

Nuevos camareros desplazan a profesionales

Era el domingo de Pascua de Resurrección, a media mañana, en la terraza de una cafetería en la plaza del ayuntamiento de Vilanova i la Geltrú. Hacía un bonito sol cuando nos sentamos a una mesa, mi mujer el perro y yo.

Al poco, se nos acercó la camarera, una joven no mal parecida, ataviada con el moderno uniforme negro al uso: camiseta negra y pantalones negros. Iba pertrechada de un adminículo electrónico, de los que envían de forma inalámbrica las comandas a la cocina o al departamento central del bar, donde son procesadas y expedidas. Iba trajinando en el artilugio cuando llegó junto a nuestra mesa.
- Buenos días –Le deseamos ambos; el perro recelaba de ella.
Silencio.
Al poco, dando por finalizado el tecleo, preguntó:
-¿Qué van a tomar?
-Dos cortados con la leche natural y un agua sin gas, fría, por favor –Respondí.
Comenzó a teclear de nuevo en el aparato y preguntó:
-¿Los dos cortados con la leche natural?
-Sí, gracias; los dos –Respondimos al unísono mi mujer y yo. El perro seguía en lo suyo.
Luego de un breve pero intenso tecleo, preguntó de nuevo:
-¿El agua… qué clase de agua?
-Agua, agua sin gas… -Respondí
Sin dejar de mirar el utensilio de marras, siguió:
-Pero agua… agua ¿agua normal? –Insistía
-¿Cuántas clases de agua me ofrece? –Le pregunté a mi vez, interesado pero algo sorprendido. Por un momento pensé que iba a ofrecerme agua de riego.
-¡Agua natural! –Concluyó.
-Sí, eso; agua natural –Convine yo, pues aquello amenazaba con embrollarse más de la cuenta.

En lo que la camarera nos trajo la comanda, se habían acomodado en la mesa contigua, dos jóvenes parejas, con unas niñas pequeñas que corrieron a jugar al centro de la plaza, como hacían otros niños. Nuestra camarera se acercó luego a la mesa de las parejas y les preguntó:
-¿Qué desean tomar?
Ellos lo tenían ya sabido y alguien dijo de corrido:
-Un zumo de naranja natural, un café con leche, una Coca-Cola light y una cerveza.
Por nuestra breve experiencia reciente con la camarera, me pareció temerario ordenar la comanda en la forma en la que los jóvenes lo hicieron. La reacción no se hizo esperar. La camarera dijo:
-Un momento, un momento. De uno en uno, de uno en uno.
Era como si les hubiese dicho: ¡Una sola cosa a la vez!
El joven que llevaba la voz cantante de la comanda, repitió lentamente cada una de las bebidas, señalando al destinatario de cada una.
-Y para mí, una cerveza –Dijo, en lo que la camarera tecleaba, no sin cierta impericia, la calculadora. Entonces preguntó:
-¿Qué cerveza quiere?
El chico dijo una marca nacional y ella respondió:
-Sólo tenemos internacionales.
-¿Qué marcas tienen? –Preguntó él entonces.
La camarera empezó a teclear y zarandear el aparato, pero no le salían las marcas de cerveza.
-Es que soy nueva y… –Dijo sin dejar de mirar el utensilio.
-No importa –Dijo él.
-¿Qué marca es la que sale del grifo de la de presión? –Preguntó con desenfadado desespero.
-No lo sé –Dijo ella.
-No importa, iré con usted a la barra y lo veré por mí mismo. –Concluyó el chico. Y se fue detrás de la camarera al interior del bar.
Volvió el chico al cabo de unos instantes y se sentó de nuevo a su mesa, con los suyos, uniéndose a su animada conversación que versaba sobre asuntos familiares de una de las mujeres.

Al rato, a nuestros vecinos de mesa no les habían servido aún su comanda. Entonces se acercó la misma camarera y les preguntó:
-¿Ya han pedido ustedes?
Ellos, perplejos, se miraron unos a otros, como buscando la cámara oculta. Al fin, uno dijo
-Sí, ya hemos pedido –No sin cierto desconcierto.
-A usted –Dijo una de ellas.
-¿A mí? –Dijo incrédula la camarera. Y se fue sonriendo con una mueca indescifrable, aunque, a su modo, divertida.

Al poco, les trajeron lo que habían pedido. La cerveza era de botella, aunque de importación.

Luego, otro camarero, jovencito, al que había visto yo pasar varias veces por entre las mesas, se acercó a la nuestra, en el momento en que mi mujer daba otro sorbo a su café.
-¿Han pedido ya? –Nos preguntó
Le miramos incrédulos, con las cejas enarcadas, sin poder articular palabra y se fue sin decir nada más, con la mirada de Búster Keaton en el Maquinista de la General, cuando arranca el tren y él está sentado en una de las bielas de la máquina.

Al poco rato, ese mismo camarero se acercó a nuestra mesa con una bandeja llena de cosas, en la que había varios refrescos, infusiones y, creo que también, tapas de cocina.
-¿Es para ustedes esto? –Nos preguntó, cuando aún no habíamos acabado nuestros cortados ni el agua.
-No, no; muchas gracias –Le respondimos. Y se fue hacia el extremo opuesto de la terraza con la bandeja sin mediar palabra.

A juzgar por el deje en el hablar de la camarera, debía proceder de alguna zona del Altiplano. Del camarero, por su parquedad en el habla, no nos fue dado el posible análisis de su procedencia. Podía ser autóctono o también de importación, como aquella cerveza.

Desconozco el tipo de contrato por el que estos camareros están contratados por el responsable del bar. De lo que no albergo duda alguna es de su nula preparación para desempeñar el servicio que vienen prestando. Por lo que es una nueva demostración del desplazamiento por los inmigrantes a los autóctonos, de unos trabajos que los de aquí desarrollan con cierta desenvoltura, por otros trabajadores a sueldos muy inferiores y total desconocimiento del oficio.

La inmigración, sino rebaja el valor de ciertos contratos laborales, si contribuye a la resistencia al alza de tales salarios. Al empresario incompetente, poco le importa no hacer una clientela fija, pues desconoce el término mercantil fidelización. Piensa que con la simple rotación de clientes, su negocio prosperará. Y no sabe lo equivocado que está.

Si quiere arruinarse rápidamente, contrate empleados incompetentes que ahuyenten a los clientes. Eso sí, mientras le dure el negocio, su nómina irá reduciéndose…, al igual que sus ingresos.

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