Thursday, September 07, 2006

Respetar los bienes comunes

He tenido oportunidad durante estas casi ya olvidadas vacaciones, de pasear por el sur de Francia que no se caracteriza por lo refinado de sus paisanos, sino más bien todo lo contrario, aunque conservando el don de gentes genuino del destripaterrones y la afabilidad de su trato en general.

Son cordiales en su tosquedad y si aciertas a tomarles como son, llegan a ser entrañables. Personas sin doblez, aunque en ocasiones te choquen sus comentarios directos, pues nunca son ofensivos sino simplemente manifestaciones sin ambages de su pensamiento.

Es frecuente que en muchos de los pueblos de esta zona y también en otras, haya áreas públicas para el esparcimiento familiar, conformadas con estructuras rabiosamente prácticas y de diseño popular, tales como zonas para barbacoas con protecciones para evitar accidentes del tipo incendio forestal descontrolado. Zonas con mesas para el pique-nique, como dicen ellos. Otras para solaz de los niños con mesuradas cautelas para evitar accidentes. Hierba en casi todas partes para retozar en ella antes, luego o durante la preparación de las BBQ’s. Agua corriente, en ocasiones aprovechando la proximidad de un arroyo y servicios higiénicos en todas ellas, como en las mismas áreas de descanso de sus autopistas.

Y observas cómo las familias que usan de tales zonas de tiempo libre, lo hacen con el respeto propio de quien está usando su propio jardín. Recogen sus deshechos; limpian las zonas que han utilizado; procuran no molestar a los demás usuarios. Y cuando abandonan el lugar, tan sólo se conoce que ha habido gente utilizándolo porque las papeleras contienen las basuras propias de la ocasión y no de otra índole, como piezas del desguace de coches robados.

Pero no en todas partes el uso de las zonas públicas para el esparcimiento familiar es como, en general, se ha descrito.

En efecto, en muchos lugares de nuestro país, observas el abuso con el que se trata tales instalaciones. Como si el usuario manifestase su rabia contra la autoridad local que se las ha procurado, desbaratando el objeto para las que han sido concebidas. No hay muchas instalaciones como las francesas aquí, porque ya sabemos cómo las gasta el descuido de los hogares para asar carnes o hacer paellas. Tal vez se corresponde con el grado de despropósito de sus usuarios que ven tales estructuras y servicios como una obligación por parte de las administraciones, de construirlas y facilitarlas para que los administrados puedan actuar a su antojo en ellas, en lugar de sentirlas como algo propio y obrar en consecuencia en cuanto a su cuidado y conservación.

También se da el caso frecuente que las administraciones impulsan la construcción de tales zonas y olvidan en el pliego de condiciones la parte correspondiente al mantenimiento. Así encuentras parques nuevos, a menos de un año de su sonora inauguración, hechos una pena porque los vándalos de siempre no han sido alejados del lugar ni apercibidos por su mala conducta ni nadie se ocupa de la conservación de las instalaciones que, en definitiva, hemos pagado entre todos al constructor concesionario de turno.

Y llega uno a la conclusión de que en ciertas zonas geográficas, las áreas de uso público son reconocidas como propias y a compartir y en otras, los usuarios se creen con el derecho a desmembrar tales estructuras, precisamente porque son suyas.

Para cuándo la pedagogía sobre la labor de las administraciones para con el administrado.

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