La política catalana; Vodevil de alcoba en un acto
A ambos lados de la cabecera hay sendas puertas que, como se verá, conducen, una al cuarto de baño y la otra a un vestidor.
Hay un armario ropero en la propia habitación, en una de sus paredes laterales y en la pared de enfrente, un tocador.
Hay también un perchero con algunas prendas largas colgadas: una gabardina, un abrigo y un sobrero. Una chaise-long completa el mobiliario.
Acto Único
Entra en escena un personaje de baja estatura y pronunciada alopecia, gafas y un poblado bigote. Las mangas de su chaqueta le tapan las manos. Habla patinándole las erres (edes) no se sabe si por efecto del bigote o por el frenillo corto.
- ¡Oh, esto es un dodmitodio! En esta cama me acostadía con cualquieda. Mmm!? Padece que alguien se acedca; me escondedé en el admadio.
Entra entonces en escena un personaje bajito, de pronunciado tupé, barbilla cuadrada y boca como la del Cobby de los JJ.OO. Barcelona’92. Con parsimoniosas zancadas se coloca en el centro del escenario.
- Esto es lo que siempre he buscado ¡El Centro! Y menuda cama tan sugerente. Ahí ha de dar gusto hacer política o lo que sea que se haga en un semicírculo. Mmm!? Alguien se acerca; me esconderé en el baño.
En escena aparece un personaje de corta estatura, de cabeza redonda y rala, con las sienes peinadas a lo Marlon Brandon en "Julio César", gafitas y una maleta de cartón atada con cuerdas.
- ¡He llegado a la tierra prometida! En esta cama he de labrarme un futuro que ya va siendo hora. Si he de joder a alguien, éste es el lugar indicado. Mmm!? Parece que alguien se acerca; me esconderé en el vestidor.
Y aparece en escena un tipo aún más bajito que los anteriores, vestido de verde, con gafas de diseño ajeno a él y sonrisa bobalicona, al más puro estilo Netol.
- ¡Menuda cama para hacer cositas con el que me lo pida! Lástima que el dosel no sea verde como yo o rojo como siempre fui. Veo que no hay plantas en la habitación, así que, como soy el florero oficial, me pondré en el tocador. Mmm!? Viene alguien; me esconderé debajo.
Y entra en el escenario un tipo madriles-look; engominado, gafas sin patillas que debe aguantar permanentemente en su sitio con la mano y con nariz respingona, como si a basura estuviera oliendo. Y dice:
- ¡Pardiez qué cama! ¿Querrá alguien acostarse conmigo en ella? Porque últimamente andan todos huyendo de mí, como un apestado, yo que me he acostado con los mejores y en sus mejores momentos.
En ese instante sale el papizotas del armario:
- Pedo qué veo. El maddileño emboscado. Y ahoda qué. A la cama que no me ha visto.
En lo que se mete bajo las sábanas se gira el engominado.
- Creo que hay alguien aquí, dice para sí. Mejor me escondo en la cama.
Y se mete también bajo las sábanas.
Al mismo tiempo se abren las puertas del baño y el vestidor y se encuentran de cara aquellos personajes: perplejidad en sus semblantes.
- En castellano o en catalán, dice el del tupé.
- Hombre, así de frente…, dice el de la maleta.
- Es que si me doy la vuelta, responde el del tupé, temo que me maragallees a mí también.
- ¡Pues a la cama! Convienen los dos a un tiempo.
Y se meten bajo las sábanas.
Entre tanto, sale de debajo del tocador el florero verde que ha estado observando toda la escena.
- Como no me meta en la cama yo también, éstos me dejan fuera del semicírculo y me he acostumbrado ya al calorcito que produce ser el florero oficial. Y también se acuesta.
Todos los bultos quietos en la cama. Al cabo, unos pequeños movimientos. Algunos murmullos. Un gemido. Una risita. Una carcajada. Y una risotada general, al tiempo que se incorporan y se sientan todos en la cama, con los brazos entrecruzados por encima de sus hombros.
- ¡Somos nosotros! ¡Los de siempre! ¡Qué risa! ¡Y parecía que íbamos cada uno a su bola! ¡Juntos y revueltos!
- Hoy das tú y tomo yo. Mañana cambiamos.
- Sí, sí; mañana cambiamos… y a ver si os doy yo a todos, dice el de la maleta. U os dará mi primo, el de Zumo Pol, ya sabéis, ZP.
- Pedo aquí dan siempde los mismo o qué. Podque yo quiedo hacedmelo solo que soy independiente.
Y así, entre risas y sollozos, comienza la guerra de almohadas de cada legislatura que acaba con el delirio de tanto andrajoso impresentable.